
Este Agosto de Fuego recordamos una verdad que ha sostenido a una generación durante dos décadas: lo que Dios enciende… no se apaga.
Hace veinte años no comenzó un evento, comenzó un clamor. No fue una estrategia ni una gran producción. Fue una chispa divina encendida en una célula pequeña, silenciosa, invisible para muchos… pero ardiente para el cielo.
Nació un altar. Uno que no estaba hecho de luces ni escenarios, sino de corazones dispuestos a buscar a Dios con reverencia, con pasión, con fuego. Un altar levantado no para un día, sino para una vida entera rendida a Su presencia.
Aquel primer encuentro marcó un antes y un después. Fue como abrir una puerta entre el cielo y la tierra. Una atmósfera sobrenatural nos abrazó, y muchas vidas fueron tocadas por el poder de una presencia real, viva, transformadora.
No había multitudes, pero sí fe. No había plataformas, pero sí hambre por Dios.
Fue ahí donde se encendió una convicción que hasta hoy sigue firme: vamos a cambiar el mundo.
Con el paso de los años llegaron las pruebas. Apagones, crisis, pandemias, incertidumbre. A veces parecía que el mundo se detenía. Pero el altar permanecía. La llama seguía viva. Porque no era fuego humano, era fuego del cielo.

Durante todo este tiempo, muchas cosas cambiaron. Pero algo no cambió: el deseo profundo de buscar el rostro de Dios. Y ese deseo nos ha hecho perseverar, nos ha hecho resistir, nos ha hecho permanecer. Contra viento y marea, el Reino de los cielos ha seguido avanzando, y quienes se esfuerzan siguen aferrándose a Él.
Agosto de Fuego no es una tradición. Es un legado.
Es una marca en el calendario espiritual de una generación que no se rinde.
Es un altar encendido en medio de una cultura que muchas veces se apaga.
Cada año, cada agosto, ha sido una oportunidad para volver al fuego. Para levantar un cántico nuevo. Para recordar que, aunque vengan las crisis, hay un buen futuro. Que, aunque se sienta la persecución, no estamos solos. Que, aunque el mundo tiemble, seguimos de pie.
Este 2025 no se trata de celebrar una fecha, sino de honrar una historia. De volver al principio. De reencontrarnos con la pasión original. De decirle al cielo una vez más: Aquí estamos. Con fuego. Con fe. Con fidelidad.
Porque no hemos terminado.
Porque no hemos retrocedido.
Porque seguimos adorando.
Seguimos ardiendo.